Menéndez Pelayo dijo de Sotileza que era una epopeya del mar, porque de una manera magistral Pereda supo retratar no sólo la credibilidad de unos personajes sino la descripción de un ambiente y una forma de vida que ya en su tiempo, estaba desapareciendo.
Por eso leer esta obra es recrearse con una cultura marinera de la que el autor recoge vestigios pero que son suficientes para que sintamos toda su fuerza y pasión. La casta marinera de hombres y mujeres curtidos en el duro y precario trabajo cotidiano, expuestos a toda clase de esfuerzos y fatigas y escasos o nulos placeres como nosotros los entendemos y nos rodeamos de ellos hoy día. Hombres y mujeres de esa mar que les daba de comer y les quitaba la vida a cambio y que sienten como su destino y lo aceptan abierta y valientemente.
Aquella Calle Alta santanderina arranca y canaliza sus vidas como una ventana que el escritor abre para nosotros, de costeras y galernas, de raqueros y buques habaneros.
Cuando leo esta obra y contemplo el mar desde los tamarindos del Sardinero ( os lo recomiendo encarecidamente que así lo hagais ) la misma playa de la que partían las lanchas tras las sardinas, porque se podía ver desde aquí el brillo de sus escamas, o la bocana del puerto de Cabo Menor, en donde cabalgaban las quillas sobre las crestas de las peligrosas olas rompientes, al grito electrizante de ¡Jesús y adentro! para poder entrar y buscar su seguridad, me quedo fascinado de admiración.
En nuestro mundo de radares, turbinas y satélites, dónde están los hijos y las hijas de Sotileza, ¿serían capaces de adaptarse y comprendernos? Ante su mar esquilmada y sucia ¿llegarían a perdonarnos?
Retrocediendo en el tiempo yo perseguí quisquillas y cámbaros en los charcos mareales de la Segunda y cogí estrellas de mar volteando las rocas. Sentado en la Machina pesqué panchitos viendo por la transparencia del agua, los timones de los marracanos abarloados al muelle. ¿Dónde quedó también, me pregunto, ese Santander de mi infancia?
JA Casar
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