Una cartelera de cine, un título: “Luciérnagas en el jardín”. Viene a mi memoria una noche en que hubo un apagón eléctrico en el pequeño pueblo situado a las puertas de P.N. Manuel Antonio, de Costa Rica.
El turismo comenzaba a desarrollarse en el país centroamericano pero todavía se podía viajar libremente sin caer en las redes de los grandes operadores.
Tras los bungalós donde se albergaban los viajeros había un jardín de palmeras, los cocos caídos al suelo germinaban nuevamente y llenaban con pequeñas plantas los huecos. Un camino central llegaba hasta el bar de Merlín, éste ayudado de su mujer preparaba exquisitos platos aprovechando los frutos del mar y la tierra, merece hacer especial mención de las riquísimas papayitas en leche y el pescado, asado a la brasa en hoja de platanera. Todo servido por D. León, educado, amable, correctísimo, se podría dedicar un capítulo especial a su figura.
Volvamos a la noche en que el generador dejó de funcionar. Libres de los focos públicos pudimos descubrir el regalo que la naturaleza ponía a nuestra vista: cientos y cientos de puntos luminosos sobre la frondosa vegetación se hicieron visibles. Eran “lampíridos”, una familia de coleópteros polífagos que vulgarmente conocemos como “luciérnagas”, sus hembras sin alas presentan órganos luminosos en los dos penúltimos segmentos del abdomen y dan luz muy intensa (bioluminiscencia).
Cuando éramos niños celebrábamos, con la llegada de los calores estivales, la aparición de las luciérnagas, venían después que los grillos, infundían en nosotros un gran respeto, nos parecían mágicas, buscábamos su presencia cuando paseábamos o regresábamos de las romerías por la noche, presumíamos de ellas si elegían los árboles, hierbas o piedras cercanas a nuestras casas para lucir. Pero nunca pude contemplar tantas juntas como en aquellas playas sobre el Pacífico, en Costa Rica.
Aquí, poco a poco, fueron desapareciendo, apenas las he visto en los últimos años. La degradación del medio ambiente que se ha llevado por delante tantas especies de nuestra fauna y flora también ha tocado a las humildes luciérnagas. Sus larvas se alimentan de pequeños caracoles y babosas que cada día se exterminan con productos químicos para incrementar la producción de los huertos.
La condición humana, capaz de idear importantes obras buenas, se deja llevar por su egoísmo y pierde el sentido produciendo efectos negativos sobre ese don de todos, la naturaleza. Busca en mundos oscuros nuevas sensaciones que raramente le llenan y pierde la oportunidad de gozar de los pequeños placeres que la vida le ofrecería gratuitamente.
Mª Dolores PAREDES FERNÁNDEZ
P.D. Es para mi un gran placer recibir colaboraciones de compañeros y amigos, ya que considero que así este blog se enriquece y por eso queda abierto también a todas vuestras aportaciones.